El Coordinador de Proyectos Sociales tiene como propósito implementar proyectos sociales en territorio, asegurando su correcta planificación, ejecución y evaluación. Lidera un equipo operativo, se relaciona con actores comunitarios y colaboradores, y reporta a jefatura sobre avances, cobertura, cumplimiento y uso eficiente de recursos.
El Coordinador de Proyectos Sociales es un Supervisor de Ejecución, con rol de gestor de equipos, y no corresponde a un cargo crítico. Pertenece a la función de Proyectos Sociales, clasificada como función clave del negocio. Reporta directamente al Jefe de Programas Territoriales, quien a su vez reporta al Director de Proyectos y Alianzas.
Sus responsabilidades se distribuyen en un 70% de actividades operativas y un 30% de actividades tácticas. Planifica, ejecuta y reporta la implementación de proyectos sociales en terreno, liderando el equipo operativo y manteniendo coordinación con actores comunitarios y aliados institucionales.
Su impacto se refleja en la ejecución efectiva de proyectos sociales, la correcta rendición de recursos y la calidad del servicio entregado a los beneficiarios. Aporta a la misión institucional mediante la conexión directa entre planificación central y ejecución territorial.
Conocimiento funcional: El Coordinador de Proyectos Sociales requiere dominio técnico-operativo en planificación y ejecución de proyectos, control presupuestario, manejo de indicadores, herramientas de registro digital y procedimientos institucionales. Aplica estos conocimientos para organizar acciones en terreno, responder a contingencias y asegurar que las actividades se ejecuten con eficiencia, calidad y alineación a los lineamientos técnicos del programa y los compromisos sociales de la organización.
Conocimiento del negocio: Comprende cómo su rol interactúa con planificación, finanzas, alianzas y rendición. Su conocimiento del negocio le permite articular su labor con las demás áreas de la fundación y adaptar la ejecución del proyecto a contextos comunitarios diversos. Contribuye a que los recursos sean utilizados de forma eficaz y que los compromisos con actores externos, beneficiarios y donantes se cumplan conforme a lo esperado.
Resolución de problemas: Debe resolver situaciones operativas como inasistencias, conflictos comunitarios o interrupciones logísticas. Lo hace aplicando criterio técnico, experiencia de campo y sentido práctico. Evalúa alternativas viables, toma decisiones inmediatas y comunica oportunamente a su jefatura. Asegura continuidad operativa, minimiza riesgos para beneficiarios y ajusta los procesos para mantener la eficiencia y el impacto del proyecto frente a escenarios imprevistos.
Liderazgo: Lidera un equipo de soporte en terreno, organizando tareas, monitoreando ejecución y asegurando cumplimiento de objetivos. Promueve una cultura de servicio, empatía y responsabilidad, ajustando el trabajo según el contexto comunitario. Desarrolla capacidades del equipo mediante acompañamiento técnico y retroalimentación constante. Resuelve conflictos internos y promueve un ambiente colaborativo, alineado con los valores y metas sociales de la organización.
Comunicación: Ejercita una comunicación clara, respetuosa y efectiva con beneficiarios, equipo técnico, jefaturas y aliados comunitarios. Redacta informes técnicos y operativos, transmite instrucciones con precisión y gestiona situaciones sensibles con diplomacia. Sabe adaptar el lenguaje a distintos públicos, conciliando necesidades de terreno con expectativas institucionales, y asegurando coherencia entre lo que se ejecuta, lo que se reporta y lo que se comunica.
Autonomía: Toma decisiones operativas con autonomía táctica dentro de los marcos institucionales, sin requerir supervisión constante. Evalúa situaciones en tiempo real, resuelve contingencias de ejecución y propone mejoras prácticas. Coordina con jefaturas cuando es necesario, pero mantiene la capacidad de gestionar su equipo y cumplir los objetivos diarios del proyecto con criterio propio, flexibilidad y enfoque técnico-social bien fundamentado.
Forma del impacto: Su impacto se refleja en la ejecución eficiente del proyecto en terreno, asegurando que cada acción contribuya al bienestar de los beneficiarios y al logro de metas institucionales. Mediante su gestión diaria, optimiza tiempos, recursos y calidad del servicio. Su capacidad de respuesta y liderazgo operativo genera mejoras tangibles tanto para la comunidad atendida como para los procesos internos del programa.
Alcance del impacto: El impacto del Coordinador de Proyectos Sociales se extiende a los beneficiarios directos del programa, su equipo de trabajo y otros actores comunitarios. Además, su rol alimenta la toma de decisiones estratégicas mediante información de terreno, aportes desde la experiencia local y articulación con otras áreas de la fundación. Su labor permite conectar la estrategia institucional con la realidad operativa.
No aplica para este cargo.
Conocimientos clave:
Conocimientos deseables:
Competencias clave:
Competencias deseables:
El Coordinador de Proyectos Sociales mantiene relaciones constantes con beneficiarios, líderes comunitarios, voluntarios, su equipo operativo y jefaturas del área de proyectos. Su interacción busca garantizar la ejecución fluida del proyecto en terreno, resolver contingencias con prontitud y retroalimentar a la organización sobre los avances, desafíos y oportunidades detectadas en la implementación.
Para este cargo se propone una entrevista basada en competencias. A continuación, se presentan las preguntas sugeridas para cada competencia identificada, junto con las expectativas de respuesta alineadas con los requerimientos del rol.
Este análisis se basa en la aplicación estructurada de modelos científicos reconocidos en psicología cognitiva, especialmente el modelo CHC (Cattell–Horn–Carroll), que clasifica las capacidades mentales en seis dominios estables y medibles para describir la demanda cognitiva del trabajo: Inteligencia Fluida (Gf), Inteligencia Cristalizada (Gc), Memoria de Trabajo (Gwm), Velocidad de Procesamiento (Gs), Capacidad Visoespacial (Gv) y Memoria a Largo Plazo y Recuperación (Glr).
Estas capacidades permiten describir con precisión los procesos mentales que requiere el ocupante de un cargo para enfrentar distintos tipos de desafíos intelectuales que demanda el rol, desde la resolución de problemas inéditos hasta la retención eficiente de información, el análisis verbal complejo o la integración de aprendizajes previos.
Las demandas cognitivas se organizan en tres niveles de relevancia para el cargo: capacidades clave, complementarias y no relevantes. Una capacidad clave es esencial para cumplir con las exigencias cognitivas del rol; su nivel requerido será Medio, Medio-alto o Alto, en función del grado de desafío identificado. Una capacidad complementaria no es imprescindible, pero puede potenciar el desempeño en ciertos contextos laborales o tareas específicas, y niveles bajos podrían representar una limitación bajo presión o carga elevada. Por último, una capacidad no relevante tiene bajo o nulo impacto directo en el desempeño esperado, aunque niveles muy bajos podrían afectar el funcionamiento general si interactúan con otras debilidades del entorno o del rol.
El coordinador resuelve imprevistos logísticos, ausencias de personal y conflictos comunitarios siguiendo protocolos institucionales y contando con apoyo de jefatura. Aun así, la habilidad para razonar rápidamente alternativas sustentables agiliza la continuidad operativa y evita escaladas de problemas. La función exige criterio flexible pero no requiere formular soluciones altamente novedosas ni modelar escenarios complejos. Por eso la Inteligencia Fluida se clasifica como capacidad complementaria: mejora la eficiencia diaria, sin ser determinante de los resultados.
Inteligencia Fluida (Gf) es una capacidad cognitiva general que se refiere a la habilidad para razonar, resolver problemas novedosos y detectar patrones en situaciones nuevas, sin depender de conocimientos previos o experiencia acumulada.
En el entorno laboral, las personas con alta inteligencia fluida destacan en la resolución de problemas complejos, la toma de decisiones en contextos inciertos y la adaptación rápida a escenarios cambiantes. Esta capacidad es clave en roles que exigen pensamiento analítico, capacidad de abstracción y diseño de soluciones inéditas, como consultoría estratégica, ciencia de datos, investigación tecnológica, innovación organizacional y desarrollo de productos.
Su relevancia depende del grado de novedad y complejidad lógica que presentan las tareas del cargo. Tiene menor impacto en funciones altamente estructuradas o basadas en procedimientos repetitivos, como operación de maquinaria, ejecución de tareas administrativas rutinarias, manufactura en línea o procesamiento masivo de datos con reglas fijas. En cambio, se vuelve esencial en funciones donde el entorno cambia rápidamente o donde los problemas no tienen soluciones predefinidas.
Un nivel bajo de inteligencia fluida puede dificultar la adaptación a lo nuevo, limitar la capacidad para enfrentar situaciones inéditas y aumentar la dependencia de reglas o experiencia previa. En cambio, una inteligencia fluida muy alta puede llevar a una sobrecomplicación de los problemas o a cuestionamientos innecesarios de soluciones ya efectivas.
Esta capacidad tiene una maleabilidad baja a moderada, lo que significa que su mejora está sujeta a límites biológicos, aunque puede fortalecerse con entrenamiento adecuado. Actividades como resolver acertijos lógicos, participar en juegos de estrategia, practicar razonamiento inductivo o enfrentarse a desafíos cognitivos progresivamente más complejos pueden contribuir a mantener y potenciar esta capacidad. Estimularla en el entorno laboral implica fomentar el aprendizaje activo, el pensamiento crítico y la exposición constante a problemas sin solución evidente.
El cargo exige dominio de normativas sociales, instrumentos de seguimiento, lenguaje técnico y metodologías de intervención para planificar, justificar y reportar la ejecución territorial. Estos conocimientos se aplican a diario al coordinar equipos, elaborar informes y responder a auditorías externas, donde la exactitud conceptual legitima el proyecto ante donantes y comunidades. Por ello, la Inteligencia Cristalizada es capacidad clave en nivel medio-alto: debe ser amplia y rigurosa, aunque sin la profundidad académica de un experto especializado.
Inteligencia Cristalizada (Gc) es una capacidad cognitiva que se refiere al conocimiento adquirido a lo largo del tiempo y a la habilidad para aplicar dicho conocimiento en la resolución de problemas, especialmente en contextos familiares o bien estructurados. Se manifiesta como comprensión verbal, riqueza conceptual, cultura general y dominio del lenguaje.
En el entorno laboral, una alta inteligencia cristalizada se traduce en capacidad para comprender textos complejos, comunicar ideas con claridad, usar conceptos técnicos con propiedad y tomar decisiones basadas en experiencia acumulada o marcos teóricos sólidos. Esta capacidad es clave en roles que requieren juicio experto, pensamiento conceptual y comunicación sofisticada, como abogacía, docencia universitaria, planificación estratégica, formulación de políticas públicas y asesoría técnica especializada.
Su importancia varía según la demanda de conocimiento formal y profundidad conceptual del cargo. Es menos relevante en funciones de ejecución operativa o tareas manuales repetitivas, como logística básica, operación en planta, atención al cliente con guiones estandarizados o labores administrativas de bajo nivel técnico. En contraste, resulta fundamental en cargos donde el lenguaje, la cultura general y la articulación de ideas son críticos para el desempeño.
Un nivel bajo de inteligencia cristalizada puede generar dificultades para comprender instrucciones complejas, interpretar documentos técnicos o comunicar ideas con precisión. Por otro lado, una inteligencia cristalizada muy alta sin suficiente capacidad de adaptación puede llevar a rigidez intelectual o sobredependencia de esquemas tradicionales frente a contextos cambiantes.
Esta capacidad tiene una maleabilidad moderada, ya que se nutre del aprendizaje, la experiencia y el desarrollo verbal continuo. Puede potenciarse a través de la lectura regular, el estudio autodirigido, la escritura reflexiva, la exposición a debates argumentativos o el aprendizaje de nuevos dominios de conocimiento. Su desarrollo sostenido depende del entorno educativo, del acceso a contextos ricos en estímulos cognitivos y del hábito de aplicar el conocimiento adquirido a nuevas situaciones
La jornada implica monitorear indicadores, cronogramas, inventarios de insumos y agendas de actores comunitarios mientras se registran datos en la plataforma y se atienden llamadas de terreno. Aunque los tableros digitales alivian parte de la carga, la integración mental instantánea permite priorizar actividades, reasignar recursos y responder a emergencias sin demoras. Por ello, la Memoria de Trabajo es capacidad clave nivel medio: indispensable para sostener fluidez operativa, pero respaldada por herramientas que contienen picos de información.
Memoria de Trabajo (Gwm) es una capacidad cognitiva que permite mantener y manipular información de manera temporal mientras se realiza una tarea. Es fundamental para seguir instrucciones, realizar cálculos mentales, organizar secuencias de pasos y coordinar acciones en tiempo real.
En el entorno laboral, una memoria de trabajo desarrollada facilita la ejecución de tareas complejas que requieren atención sostenida, gestión simultánea de múltiples elementos y resolución rápida de problemas prácticos. Es especialmente valiosa en funciones que exigen coordinación mental entre distintos fragmentos de información, como programación informática, supervisión operativa, análisis de datos en tiempo real, control logístico o atención a múltiples solicitudes simultáneas.
Su relevancia depende del nivel de carga mental simultánea que imponga el cargo. Es menos importante en actividades de ejecución lineal con instrucciones secuenciales simples y bajo nivel de variabilidad, como empaquetado, carga y descarga, ingreso de datos repetitivos o tareas mecánicas estandarizadas. En cambio, es crítica cuando hay que alternar entre tareas, recordar múltiples condiciones o retener y usar reglas durante la ejecución.
Cuando esta capacidad es baja, pueden aparecer errores por olvido de pasos, dificultad para mantener el foco en tareas múltiples, confusión en la aplicación de instrucciones o pérdida del hilo de lo que se está haciendo. Una memoria de trabajo demasiado exigida sin apoyo externo puede llevar al agotamiento cognitivo o al colapso del rendimiento bajo presión.
La maleabilidad de esta capacidad es moderada, y puede entrenarse mediante técnicas específicas. Juegos y ejercicios de atención dividida, métodos de chunking (agrupación de información), práctica con tareas de seguimiento múltiple, y la exposición a entornos de exigencia creciente, son formas efectivas de mejorarla. También se potencia al trabajar la concentración, la autorregulación emocional y el manejo del estrés, que influyen directamente en su eficacia.
Las actividades deben cargarse en sistema, actualizarse con beneficiarios y coordinarse con voluntarios en ventanas de tiempo acotadas para no interrumpir la cadena de servicios. Una respuesta tardía puede atrasar la cobertura y generar insatisfacción comunitaria, pero la tarea privilegia también la precisión y el cumplimiento de protocolos. Así, la Velocidad de Procesamiento se considera capacidad clave en nivel medio: se requiere ritmo sostenido y confiable, sin demandar rapidez extrema ni operaciones continuas de gran volumen.
Velocidad de Procesamiento (Gs) es una capacidad cognitiva que refleja la rapidez con la que una persona puede percibir, interpretar y responder a estímulos simples y rutinarios. No implica razonamiento complejo, sino eficiencia mental para ejecutar tareas conocidas con agilidad, precisión y continuidad.
En el entorno laboral, una alta velocidad de procesamiento permite manejar grandes volúmenes de información repetitiva, responder rápidamente a solicitudes, procesar datos con eficiencia y mantener un ritmo constante en tareas operativas. Esta capacidad es clave en funciones que requieren rapidez sin sacrificar exactitud, como digitación, atención telefónica, procesamiento de pedidos, manejo de caja, análisis de imágenes radiológicas o control de calidad visual.
Su relevancia disminuye en roles donde prima el análisis estratégico, la reflexión profunda o la toma de decisiones pausada y compleja. Cargos como estrategia empresarial, investigación científica, liderazgo organizacional o desarrollo de políticas públicas no demandan alta velocidad de procesamiento, ya que el foco está en la calidad del razonamiento más que en la rapidez.
Cuando esta capacidad es baja, el desempeño en tareas rutinarias puede ser más lento, con tendencia al rezago en comparación con el entorno. Esto puede generar acumulación de trabajo, frustración o errores por presión temporal. Una velocidad excesivamente alta, en cambio, puede llevar a una ejecución apresurada, descuido en la revisión o dificultad para detenerse a analizar con profundidad.
La maleabilidad de esta capacidad es baja-moderada, pero puede optimizarse con entrenamiento específico. Ejercicios de velocidad visual, práctica repetitiva de tareas estandarizadas, uso de cronómetros, mecanografía, actividades de tiempo limitado y videojuegos cognitivos de respuesta rápida pueden contribuir a su mejora. Sin embargo, su desarrollo tiene un límite natural, por lo que muchas veces es más eficaz adaptar el entorno y las herramientas a las capacidades individuales
La coordinación territorial utiliza aplicaciones de georreferenciación y mapas básicos para planificar rutas y ubicar puntos de atención, pero la complejidad espacial es baja; no se interpretan planos tridimensionales ni se manipulan estructuras físicas complejas. Una buena orientación facilita desplazamientos y logística, aunque existen GPS y guías predefinidas que compensan carencias. Por eso, la Capacidad Visoespacial se clasifica como complementaria: aporta eficiencia de campo, sin ser crucial para alcanzar las metas sociales del proyecto.
Capacidad Visoespacial (Gv) es una capacidad cognitiva que permite visualizar, manipular y comprender objetos en el espacio. Implica la habilidad para imaginar movimientos, rotaciones y transformaciones espaciales, así como para interpretar planos, mapas o diagramas complejos.
En el entorno laboral, esta capacidad es esencial en roles que requieren precisión en la orientación espacial, como arquitectura, ingeniería, diseño industrial, cirugía, pilotaje, manejo de maquinaria pesada, logística y oficios técnicos como electricidad, carpintería o mecánica. Las personas con alta capacidad visoespacial pueden anticipar cómo se comportarán los objetos en el espacio, entender relaciones geométricas y detectar incongruencias estructurales con rapidez.
En funciones centradas en lo verbal, conceptual o relacional —como docencia, derecho, recursos humanos o análisis financiero— su importancia es menor, ya que no se trabaja con representaciones espaciales complejas ni con estructuras físicas tridimensionales.
Una baja capacidad visoespacial puede dificultar la interpretación de planos, el uso de herramientas de diseño asistido por computadora (CAD) o la ejecución precisa de tareas físicas que requieren orientación espacial. En cambio, una capacidad excesivamente alta, sin un contexto de aplicación directa, puede no aportar valor y generar sobreanálisis visual o técnico innecesario.
Esta capacidad tiene una maleabilidad baja, aunque puede mantenerse y fortalecer su funcionamiento con práctica regular. Actividades como el dibujo técnico, modelado 3D, juegos de construcción, entrenamiento con software de diseño, rompecabezas tridimensionales, ajedrez o videojuegos de navegación espacial ayudan a ejercitarla. Sin embargo, su desarrollo suele estar limitado por predisposiciones cognitivas estables, por lo que se recomienda considerar su peso según la naturaleza específica del rol.
Conocer experiencias anteriores de implementación, ciclos estacionales de participación y lecciones aprendidas permite planificar con mayor precisión y anticiparse a riesgos, pero la fundación dispone de repositorios, manuales y estadísticas históricas consultables por todo el equipo. El coordinador puede recurrir a esos recursos cuando lo requiera, reduciendo la dependencia del recuerdo personal exhaustivo. Por consiguiente, la Memoria a Largo Plazo y Recuperación se clasifica como capacidad complementaria: agrega profundidad contextual, sin constituir un pilar crítico diario.
Memoria a Largo Plazo y Recuperación (Glr) es una capacidad cognitiva que permite almacenar, consolidar y recuperar información de forma duradera. Se vincula con la fluidez en el acceso a conocimientos previos, experiencias y aprendizajes, así como con la habilidad para generar ideas nuevas a partir de combinaciones de conocimientos ya adquiridos.
En el entorno laboral, esta capacidad es relevante en roles que requieren manejo de grandes volúmenes de conocimiento acumulado o recuperación rápida de información aprendida, como docencia, medicina, abogacía, gestión del conocimiento, investigación aplicada, atención al cliente, y oficios donde la experiencia técnica acumulada mejora el desempeño. Favorece la capacidad de hacer asociaciones, identificar patrones y aplicar aprendizajes previos de forma eficiente.
En funciones rutinarias, muy estructuradas o altamente automatizadas —como tareas de línea de producción, reposición, mensajería o vigilancia— su relevancia disminuye, ya que las demandas de recuperación activa de información son mínimas o están estandarizadas.
Una Glr baja puede provocar dificultades para recordar procedimientos, conceptos o experiencias relevantes en el momento adecuado, afectando la toma de decisiones, la transferencia de aprendizajes y la resolución eficiente de problemas. En cambio, una Glr excesivamente alta, sin una adecuada selección, puede generar saturación de datos o asociaciones poco pertinentes si no está acompañada de capacidad analítica o enfoque.
Esta capacidad tiene una maleabilidad baja a moderada. Puede optimizarse con el uso de técnicas de estudio espaciado, mapas mentales, storytelling, práctica deliberada y reflexión estructurada. La escritura, el repaso activo, la enseñanza de lo aprendido y la conexión deliberada entre ideas facilitan su consolidación y recuperación. No obstante, su base está determinada en parte por características cognitivas estables, por lo que debe ajustarse según la naturaleza y complejidad del cargo.
Este perfilamiento está basado en el modelo de personalidad Big Five, reconocido globalmente por su solidez científica y su capacidad para predecir el desempeño en distintos entornos laborales. La evaluación se realiza considerando 10 rasgos que componen los cinco factores principales de la personalidad: Apertura, Responsabilidad, Amabilidad, Extraversión y Neuroticismo.
La apertura en 10 rasgos permite una mayor precisión y profundidad en la definición de los requisitos intelectuales, conductuales y emocionales del ocupante del cargo, al capturar matices como el estilo de pensamiento, la forma de relacionarse, la organización personal o la respuesta ante la presión. Además, facilita distinguir cuáles rasgos son más estables y cuáles presentan mayor maleabilidad, lo que resulta clave tanto para la selección como para el desarrollo y la gestión del talento.
Los requisitos del perfil se organizan en torno a cuatro niveles de relevancia para el cargo: rasgos clave, complementarios, acotados y no relevantes. Un rasgo clave es esencial para el éxito en el cargo y determina la capacidad del ocupante para cumplir con las exigencias del rol; su intensidad requerida será Media, Media-Alta o Alta. Un rasgo complementario no es estrictamente necesario, pero potencia el desempeño en ciertas situaciones del rol. Un rasgo acotado puede estar presente, pero controlado, ya que niveles altos podrían generar desalineación con el cargo. Por último, un rasgo no relevante tiene bajo o nulo impacto en el desempeño esperado, aunque niveles muy bajos podrían afectar indirectamente ciertas conductas básicas de funcionamiento laboral, por lo que no deben ser descartados sin análisis contextual.
Este rol implica la supervisión de actividades con fuerte componente operativo y social, siguiendo directrices de ejecución predeterminadas y bajo exigencias de reporte y trazabilidad. Niveles altos de Apertura a la Experiencia pueden inducir a aplicar variaciones no alineadas con objetivos, desviaciones en intervenciones o dificultad para mantener criterios estables de intervención social.
Apertura a la experiencia es un rasgo intelectual del factor Big Five Apertura. Está asociado con la curiosidad, la creatividad y la disposición a explorar nuevas ideas.
En el entorno laboral, las personas con alta apertura a la experiencia tienden a generar ideas innovadoras, adaptarse con facilidad a los cambios y experimentar con nuevos métodos de trabajo. Este rasgo es un predictor clave de éxito en roles que requieren creatividad, pensamiento disruptivo y flexibilidad, como el diseño, el emprendimiento y el marketing.
Su relevancia varía según el tipo de función. Es menos importante en roles donde la estabilidad y el cumplimiento normativo son esenciales, como contabilidad, auditoría, inspección de calidad, administración pública y control del tráfico aéreo. En contraste, es crucial en funciones creativas y de innovación, como diseño gráfico, publicidad, investigación en ciencias sociales, dirección cinematográfica y desarrollo de nuevos productos o modelos de negocio.
Una baja apertura a la experiencia puede manifestarse como resistencia al cambio y rigidez en el pensamiento, mientras que una apertura excesivamente alta puede derivar en falta de enfoque y una tendencia a la experimentación constante sin consolidar resultados.
Este rasgo tiene una maleabilidad moderada, lo que significa que puede desarrollarse con práctica y exposición a nuevos estímulos. Ampliarlo implica explorar ideas fuera de la zona de confort, viajar, leer sobre disciplinas diversas y probar enfoques innovadores en el trabajo. Un profesional con baja apertura puede fortalecer este rasgo fomentando la curiosidad activa y experimentando gradualmente con nuevas metodologías y perspectivas en su entorno laboral.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, el intelecto es clave con nivel medio. Es necesario para interpretar directrices técnicas, ajustar intervenciones a contextos diversos y resolver situaciones cambiantes en terreno. Este nivel permite analizar información operativa, tomar decisiones rápidas con base en criterios técnicos y contribuir con observaciones útiles para mejorar la ejecución del proyecto desde la práctica territorial.
Intelecto es un rasgo intelectual del factor Big Five Apertura. Este refleja la capacidad para razonar de manera abstracta, analizar información compleja y resolver problemas con eficacia.
En el entorno laboral, las personas con alto intelecto destacan por su agilidad para aprender conceptos sofisticados, su habilidad para aplicar el conocimiento en la toma de decisiones estratégicas y su destreza en el análisis crítico. Este rasgo es un fuerte predictor de desempeño en roles que requieren pensamiento analítico, innovación y capacidad para resolver problemas complejos, como la ciencia, la tecnología y la planificación estratégica.
Su relevancia varía según la función desempeñada. Es menos importante en roles operativos y administrativos con procesos altamente estructurados y predefinidos, como asistentes administrativos, operadores de maquinaria, cajeros bancarios, personal de logística y trabajadores en líneas de ensamblaje. En contraste, es crucial en posiciones que exigen un alto nivel de análisis y razonamiento, como investigadores científicos, ingenieros de datos, estrategas de negocios, economistas y consultores en transformación organizacional.
Cuando el intelecto es bajo, puede manifestarse en dificultades para aprender conceptos complejos, razonar con profundidad y adaptarse a situaciones que requieren pensamiento abstracto. Por otro lado, un intelecto excesivamente alto puede derivar en sobreanálisis, tendencia a la parálisis por el pensamiento excesivo y dificultad para ejecutar decisiones con rapidez.
Este rasgo tiene una maleabilidad baja, ya que mide la capacidad cognitiva general. Sin embargo, refleja también la predisposición a analizar y reflexionar, lo que puede fortalecerse con entrenamiento en pensamiento crítico, resolución de problemas complejos y formación continua en disciplinas desafiantes. Fomentar el hábito de cuestionar, buscar nuevas perspectivas y abordar problemas desde distintos enfoques puede ayudar a maximizar el impacto de este rasgo en el ámbito profesional.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la industriosidad es clave con nivel alto. Requiere compromiso constante, gestión de múltiples tareas y cumplimiento riguroso de metas en plazos ajustados. El trabajo en terreno demanda esfuerzo sostenido, capacidad de organización y alta tolerancia al trabajo físico y emocionalmente exigente, especialmente en contextos de alta vulnerabilidad y presión por resultados operativos.
Industriosidad es un rasgo conductual del factor Big Five Responsabilidad. Este refleja la persistencia, el esfuerzo y la determinación para alcanzar metas.
Las personas con alta industriosidad son trabajadoras, constantes y confiables. Tienden a fijarse objetivos ambiciosos y muestran resiliencia ante los desafíos, manteniéndose enfocadas hasta lograr sus propósitos. Este rasgo es el predictor más fuerte del desempeño laboral en casi todas las ocupaciones, ya que influye directamente en la capacidad de una persona para ser productiva, cumplir plazos y enfrentar la carga de trabajo con disciplina.
Su importancia varía según el tipo de función. Es menos relevante en roles con menor presión para cumplir objetivos estrictos, como artistas, músicos independientes, escritores creativos, asistentes de producción y algunos puestos en el sector del entretenimiento, donde la creatividad y la flexibilidad suelen primar sobre la estructura y la disciplina. En contraste, es crucial en funciones que requieren alto nivel de compromiso, cumplimiento de plazos y resistencia ante la presión, como gerentes de proyectos, ejecutivos de alto nivel, ingenieros, abogados corporativos, consultores estratégicos y profesionales en finanzas o medicina, donde la capacidad de mantener un rendimiento sostenido es esencial para el éxito.
Cuando la industriosidad es baja, puede manifestarse en falta de motivación, tendencia a la procrastinación y dificultades para mantenerse constante en el esfuerzo a largo plazo. Por otro lado, una industriosidad excesivamente alta puede generar estrés crónico, dificultad para delegar tareas y tendencia al perfeccionismo extremo, lo que puede derivar en agotamiento o sobrecarga de trabajo.
Este rasgo tiene una maleabilidad alta y puede fortalecerse mediante gestión del tiempo, establecimiento de objetivos y desarrollo de autodisciplina. Técnicas como la planificación estructurada, la autoevaluación y la adopción de hábitos de productividad pueden ayudar a incrementar la persistencia y la responsabilidad en el ámbito laboral.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, el orden es clave con nivel medio-alto. Se necesita para asegurar trazabilidad de las acciones en terreno, cumplir con cronogramas, registrar datos correctamente y mantener consistencia operativa. La planificación, el seguimiento diario de tareas y la coordinación logística requieren una aproximación estructurada, sin la cual sería difícil mantener el estándar esperado por la organización.
Orden es un rasgo conductual del factor Big Five Responsabilidad. Está relacionado con la organización, la atención al detalle y la estructuración del trabajo.
Las personas con alto orden planifican con anticipación, mantienen sistemas organizados y evitan la procrastinación. Son meticulosas en la ejecución de tareas y destacan en entornos donde la precisión y el cumplimiento de procesos son fundamentales. Este rasgo es altamente valioso en trabajos que requieren cumplimiento de normas, exactitud y gestión eficiente del tiempo.
Su importancia varía según la naturaleza del trabajo. Es menos relevante en roles que requieren flexibilidad y creatividad sin estructuras fijas, como actores, diseñadores de moda, creadores de contenido digital, improvisadores teatrales y fotógrafos artísticos, donde la espontaneidad y la adaptabilidad son más importantes que la planificación rígida. En contraste, es crucial en funciones que demandan precisión, estructura y cumplimiento estricto de procedimientos, como contadores, cirujanos, ingenieros estructurales, especialistas en logística y archivistas, donde el mínimo error puede tener consecuencias significativas.
Cuando el orden es bajo, puede manifestarse en desorganización, errores frecuentes, dificultades para cumplir plazos y problemas en la planificación del trabajo. Por otro lado, un orden excesivamente alto puede generar rigidez, resistencia a la improvisación y pérdida de productividad cuando se prioriza la estructura sobre la flexibilidad, dificultando la adaptación a cambios inesperados.
Este rasgo tiene una maleabilidad alta y puede fortalecerse con planificación estructurada, gestión de prioridades y mantenimiento de rutinas organizadas. Métodos como listas de tareas, planificación semanal y herramientas de productividad (como software de gestión de proyectos o técnicas como el método Kanban) pueden ayudar a mejorar este rasgo y optimizar la eficiencia laboral.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, el entusiasmo es complementario. Una actitud enérgica y positiva facilita la coordinación con el equipo, mejora la motivación en terreno y fortalece el vínculo con beneficiarios. Aunque no es un requisito crítico para cumplir con los objetivos, puede ser un recurso valioso para crear ambientes laborales saludables y fortalecer el sentido de propósito colectivo.
Entusiasmo es un rasgo conductual del factor Big Five Extraversión. Está asociado con la energía positiva, el optimismo y la sociabilidad.
Las personas con alto entusiasmo generan un ambiente laboral positivo, motivan a sus compañeros y sobresalen en roles donde la interacción social y la comunicación persuasiva son clave. Su actitud dinámica y su capacidad para transmitir energía facilitan la colaboración en equipo y el compromiso organizacional. Este rasgo es un predictor de desempeño en roles que quieren interacción social frecuente, liderazgo y relaciones públicas.
Su importancia varía según el tipo de función. Es menos relevante en roles individuales y analíticos que requieren concentración y trabajo autónomo, como programadores, matemáticos, investigadores en ciencias exactas, traductores y archivistas, donde la introspección y el enfoque en datos o procesos pueden ser más valiosos que la sociabilidad. En contraste, es crucial en funciones donde el carisma, la energía y la capacidad de inspirar a otros son fundamentales, como representantes de ventas, anfitriones de eventos, entrenadores de equipos, ejecutivos de relaciones públicas y motivadores profesionales.
Cuando el entusiasmo es bajo, puede manifestarse en una actitud distante y desmotivada, lo que podría afectar la interacción con otros y reducir el impacto en la construcción de relaciones laborales sólidas. Por otro lado, un entusiasmo excesivamente alto puede derivar en distracción, hiperactividad y sobrecarga de energía, dificultando la concentración y la toma de decisiones racionales en ciertos entornos.
Este rasgo tiene una maleabilidad moderada y puede desarrollarse mediante una mentalidad más positiva, la práctica de la gratitud y la búsqueda intencional de interacciones enriquecedoras. Técnicas como la socialización activa, la participación en actividades grupales y el entrenamiento en habilidades de comunicación persuasiva pueden aumentar el entusiasmo y mejorar su impacto en el desempeño laboral.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la asertividad es clave con nivel medio. Debe comunicar instrucciones claras, sostener límites ante incumplimientos y expresar criterios técnicos sin confrontación. El trabajo en terreno implica enfrentar situaciones sensibles con seguridad y respeto, manteniendo el control de la ejecución y asegurando que se cumplan los estándares establecidos por la institución.
Asertividad es un rasgo conductual del factor Big Five Extraversión. Está relacionado con la capacidad para liderar, influir en otros y tomar decisiones con confianza.
Las personas con alta asertividad destacan por su capacidad para tomar la iniciativa, dirigir equipos con autoridad y comunicar sus ideas con claridad y convicción. Son persuasivas en negociaciones y saben manejar situaciones desafiantes con firmeza, lo que las convierte en líderes efectivos. Este rasgo es clave para el liderazgo y el éxito en posiciones gerenciales, ya que permite tomar decisiones difíciles, establecer objetivos claros y mantener la dirección estratégica en momentos de incertidumbre.
Su importancia varía según el tipo de función. Es menos relevante en roles donde se prioriza la colaboración y el consenso sobre la toma de decisiones rápida e independiente, como terapeutas, consejeros escolares, asistentes de recursos humanos, mediadores y facilitadores de equipos, donde la diplomacia y la escucha activa son más valoradas que la dirección firme. En contraste, es crucial en funciones que requieren liderazgo decisivo, capacidad de influencia y negociación, como directores ejecutivos, gerentes de ventas, líderes de proyectos, abogados litigantes y oficiales militares, donde la toma de decisiones rápida y la comunicación efectiva son esenciales para el éxito.
Cuando la asertividad es baja, puede manifestarse en falta de iniciativa, dificultad para expresar opiniones y problemas en la toma de decisiones, lo que puede llevar a que otros asuman el liderazgo en su lugar. Por otro lado, una asertividad excesivamente alta puede percibirse como dominancia excesiva, inflexibilidad y falta de escucha, lo que podría generar conflictos en equipos de trabajo o dificultar la colaboración en entornos donde la empatía es clave.
Este rasgo tiene una maleabilidad alta y puede desarrollarse mediante entrenamiento en comunicación efectiva, toma de decisiones y negociación. Prácticas como recibir y dar retroalimentación estructurada, participar activamente en reuniones estratégicas y asumir roles de liderazgo en proyectos pueden fortalecer la asertividad y mejorar su impacto en el desempeño laboral.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la cortesía es clave con nivel medio-alto. El respeto, la amabilidad y el trato considerado son fundamentales para trabajar con actores comunitarios, beneficiarios vulnerables y equipos multidisciplinarios. Este rasgo facilita la cooperación, reduce tensiones sociales y fortalece la confianza en contextos donde la sensibilidad interpersonal puede ser tan importante como la ejecución técnica.
Cortesía es un rasgo conductual del factor Big Five Amabilidad. Está asociado con el respeto, la diplomacia y la cooperación en el trabajo.
Las personas con alta cortesía son percibidas como confiables y generan confianza en los equipos, promoviendo un ambiente laboral armonioso y colaborativo. Se adaptan bien a culturas organizacionales que valoran la cooperación y la construcción de relaciones interpersonales sólidas. Este rasgo es predictor del desempeño en trabajos de alto contacto interpersonal. Sin embargo, su impacto en la productividad y el desempeño técnico es menor en roles que dependen más de habilidades individuales que de la interacción social.
Su importancia varía según el tipo de función. Es menos relevante en roles donde el cumplimiento de tareas es más prioritario que la interacción social, como investigadores de laboratorio, desarrolladores de software, operadores de maquinaria pesada, auditores forenses y cirujanos de emergencia, donde la precisión y la toma de decisiones objetivas son más críticas que la diplomacia. En contraste, es crucial en funciones que requieren habilidades interpersonales avanzadas y gestión de relaciones, como recepcionistas, diplomáticos, agentes de servicio al cliente, negociadores de paz y administradores de comunidades, donde la cortesía y el trato respetuoso son fundamentales para el éxito.
Cuando la cortesía es baja, puede manifestarse en interacciones rudas, conflictos frecuentes y dificultades para generar confianza en el equipo, lo que puede afectar la colaboración y la cultura organizacional. Por otro lado, un exceso de cortesía puede llevar a evitar confrontaciones, ceder en exceso en discusiones y defender poco las propias ideas, lo que podría afectar la toma de decisiones y la afirmación de liderazgo en ciertos contextos.
Este rasgo tiene una maleabilidad moderada y puede fortalecerse mediante entrenamiento en habilidades sociales, diplomacia y resolución de conflictos. Reflexionar sobre la forma en que se comunican las ideas, ajustar el tono y desarrollar estrategias para expresar desacuerdos con respeto pueden mejorar la cortesía sin comprometer la firmeza en la toma de decisiones.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la compasión es clave con nivel medio-alto. Lidera equipos que trabajan con personas en situación de vulnerabilidad, por lo que necesita sensibilidad, empatía y capacidad de contención emocional. Este rasgo permite equilibrar la exigencia operativa con una mirada humana, generando entornos de trabajo respetuosos y respuestas más éticas ante las necesidades del entorno.
Compasión es un rasgo emocional del factor Big Five Amabilidad. Está relacionado con la empatía, la sensibilidad interpersonal y el deseo de ayudar a los demás.
Las personas con alta compasión generan relaciones laborales positivas, resuelven conflictos de manera efectiva y promueven un ambiente organizacional basado en la confianza y el bienestar de los empleados. Son percibidas como accesibles y solidarias, lo que facilita la cohesión en equipos y fortalece la colaboración. Este rasgo es esencial en trabajos que requieren servicio al cliente, trabajo en equipo y liderazgo transformacional. Sin embargo, su impacto en la productividad individual es más moderado, ya que prioriza el bienestar colectivo sobre la eficiencia personal.
Su importancia varía según la función. Es menos relevante en roles donde la toma de decisiones debe ser objetiva, pragmática y basada en datos, como jueces, analistas de riesgos financieros, policías de investigación, gerentes de logística y estrategas militares, donde la imparcialidad y la eficiencia operativa son más prioritarias que la sensibilidad interpersonal. En contraste, es crucial en profesiones centradas en el servicio y la ayuda a los demás, como trabajadores sociales, enfermeros, psicólogos clínicos, profesores de educación especial y asesores de bienestar, donde la empatía y la comprensión emocional son determinantes para el éxito.
Cuando la compasión es baja, puede manifestarse en falta de empatía, dificultad para comprender las emociones ajenas y posibles conflictos interpersonales, lo que puede afectar la dinámica de equipo y la moral organizacional. Por otro lado, una compasión excesivamente alta puede derivar en evitar decisiones difíciles, ser demasiado indulgente y anteponer las emociones de los demás sobre la racionalidad, lo que podría comprometer la objetividad en la gestión de equipos o la resolución de problemas complejos.
Este rasgo tiene una maleabilidad baja, ya que está fuertemente ligado a la disposición emocional natural de una persona. Sin embargo, puede fortalecerse mediante prácticas de empatía activa, escucha profunda y exposición a diversas perspectivas. Ejercicios como la atención plena (mindfulness), la reflexión sobre experiencias ajenas y el entrenamiento en inteligencia emocional pueden ayudar a mejorar la sensibilidad interpersonal sin comprometer la toma de decisiones racionales.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la estabilidad es complementaria. Si bien el rol exige resiliencia frente a crisis, urgencias y escenarios emocionalmente intensos, no requiere una estabilidad emocional extrema. Una disposición estable permite sostener rutinas exigentes y manejar contingencias sin perder el foco, aunque el cargo no necesariamente expone al ocupante a decisiones críticas de alto riesgo institucional.
Estabilidad es un rasgo emocional del factor Big Five Neuroticismo. Está relacionado con la resiliencia, la estabilidad emocional y la capacidad de manejar el estrés de manera efectiva.
Las personas con alta estabilidad (o baja volatilidad) mantienen la calma bajo presión, toman decisiones racionales y no se ven fácilmente afectadas por críticas o fracasos. Tienden a gestionar crisis con estabilidad y a actuar con claridad en situaciones de incertidumbre. Este rasgo es clave para el liderazgo, la gestión de crisis y el desempeño en entornos de alta presión, donde la capacidad de mantener la compostura y responder con lógica ante eventos desafiantes es esencial.
Su relevancia varía según el tipo de función. Es menos relevante en roles donde la presión es menor y donde las reacciones emocionales pueden ser parte del proceso creativo, como escritores, artistas plásticos, músicos experimentales, actores de método y diseñadores conceptuales, donde la expresividad y la intensidad emocional pueden ser fuentes de inspiración. En contraste, es crucial en profesiones donde la estabilidad emocional y el control del estrés son determinantes para la efectividad, como cirujanos, controladores de tráfico aéreo, negociadores de rehenes, bomberos, pilotos comerciales y oficiales de seguridad nacional, donde mantener la calma y reaccionar con precisión puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Cuando la estabilidad es baja, puede manifestarse en ansiedad, reacciones emocionales intensas, dificultad para manejar la presión y mayor susceptibilidad a la crítica, lo que puede afectar la toma de decisiones y la confianza en situaciones desafiantes. Por otro lado, una estabilidad excesivamente alta puede derivar en indiferencia, falta de urgencia y dificultad para conectar emocionalmente con otros, lo que podría hacer que una persona parezca distante o poco empática en situaciones que requieren sensibilidad interpersonal.
Este rasgo tiene una maleabilidad moderada y puede trabajarse mediante técnicas de regulación emocional, desarrollo de resiliencia y gestión del estrés. Prácticas como meditación, respiración controlada, entrenamiento en toma de decisiones bajo presión y exposición gradual a situaciones desafiantes pueden ayudar a mejorar la estabilidad emocional sin comprometer la capacidad de respuesta ante eventos críticos.
En el cargo de Coordinador de Proyectos Sociales, la autoconfianza no es relevante. El cargo se basa en el cumplimiento de lineamientos, coordinación táctica y trabajo comunitario respetuoso. No requiere protagonismo, exposición o iniciativas disruptivas. La ejecución del rol se realiza dentro de márgenes definidos, por lo que no se espera una personalidad especialmente osada ni tendencia a la confrontación.
Autoconfianza es un rasgo emocional del factor Big Five Neuroticismo. Está relacionado con la seguridad en sí mismo, la tolerancia a la incertidumbre y la capacidad de actuar sin ansiedad excesiva en entornos desafiantes.
Las personas con alta autoconfianza se sienten cómodas asumiendo riesgos, explorando nuevas oportunidades y manejando la incertidumbre sin temor paralizante. Son decididas en la toma de decisiones y se adaptan con facilidad a cambios imprevistos. Este rasgo es un fuerte predictor de éxito en roles que requieren toma de decisiones bajo incertidumbre, como el emprendimiento, la consultoría y la dirección ejecutiva, donde la capacidad de actuar con determinación ante escenarios ambiguos es fundamental.
Su importancia varía según la función desempeñada. Es menos relevante en roles donde la precaución y la planificación minuciosa son más valiosas que la toma de riesgos impulsiva, como analistas de seguridad, peritos forenses, investigadores científicos de largo plazo, planificadores urbanos y asesores de cumplimiento normativo, donde un enfoque meticuloso y la consideración de riesgos a largo plazo son clave para el éxito. En contraste, es crucial en funciones donde la rapidez en la toma de decisiones y la confianza personal son esenciales.
Cuando la autoconfianza es baja, puede manifestarse en dudas excesivas, evitación de desafíos y miedo a asumir responsabilidades con alto nivel de exposición, lo que puede frenar el crecimiento profesional y limitar la exploración de nuevas oportunidades. Por otro lado, una autoconfianza excesivamente alta puede derivar en impulsividad, toma de riesgos innecesarios y falta de consideración ante posibles consecuencias, lo que puede generar problemas en roles donde la evaluación de riesgos es fundamental.
Este rasgo tiene una maleabilidad moderada y puede desarrollarse mediante prácticas de confianza en entornos sociales, entrenamiento en toma de decisiones y exposición progresiva a interacciones más exigentes.
La cultura organizacional se configura como un entorno relacional, participativo y comprometido con una causa trascendente. El trabajo diario se desarrolla en base a la colaboración activa, el apoyo mutuo y la vocación de servicio. Los liderazgos son cercanos y promueven vínculos horizontales, reforzando el sentido de propósito colectivo. Las relaciones laborales priorizan el bienestar emocional, la empatía y la construcción de comunidad, en un marco que equilibra apertura al cambio con prácticas que sostienen la identidad compartida.
Esta organización privilegia con claridad la orientación hacia propósitos colectivos y transformadores, por sobre la búsqueda de logros personales o reconocimiento individual. Existe un balance entre la necesidad de orden y la apertura a nuevas ideas, permitiendo el funcionamiento de estructuras adaptativas con cierto grado de estabilidad. Se valoran ambientes emocionalmente positivos, con énfasis en el bienestar de las personas, más que en la estricta adhesión a normas o exigencias formales. En el plano relacional, se promueve con fuerza la cohesión, la integración y el compromiso con el grupo, por sobre la expresión personal individualizada. Este patrón cultural favorece la incorporación de personas generosas, comprometidas y emocionalmente disponibles, que se movilizan por causas mayores y encuentran sentido en la colaboración afectiva y sostenida.
Para caracterizar al individuo que encarna esta cultura, se emplea el marco de los valores de Schwartz, un conjunto de principios universales que reflejan aquello que una persona valora, privilegia y considera importante al tomar decisiones y relacionarse en el trabajo. Precisar el nivel de cada valor permite traducir la dinámica cultural descrita en pautas de comportamiento concretas, desde la visión organizacional hasta el perfil personal que la representa.
La iniciativa personal es valorada cuando se orienta al bienestar colectivo. El trabajador ideal actúa con autonomía moderada, integrando sus decisiones a las necesidades del grupo y priorizando la alineación con la causa organizacional.
Autodirección expresa la importancia que una persona otorga a la autonomía, la libertad de pensamiento y la toma de decisiones basada en criterios propios.
Quienes valoran altamente este principio consideran fundamental tener espacio para actuar con independencia, prefieren definir sus propios métodos de trabajo y privilegian entornos que les permitan explorar ideas, innovar y asumir responsabilidad individual. En cambio, cuando este valor está poco presente, la persona se guía más por normas externas, prefiere seguir directrices claras y se siente más cómoda trabajando bajo supervisión o en esquemas previamente estructurados.
El clima organizacional valora experiencias de trabajo emocionalmente satisfactorias. El trabajador que se adapta genera vínculos positivos, contribuye al bienestar grupal y disfruta de un entorno afectivo, donde el compromiso se acompaña de una vivencia laboral significativa.
Hedonismo refleja la valoración del disfrute, el placer y la gratificación personal en el trabajo.
Quienes lo consideran importante suelen preferir entornos laborales donde se promueva el bienestar, la experiencia positiva y el goce en las actividades cotidianas. Les atrae trabajar en climas laborales estimulantes, con espacios para la diversión, la creatividad o la recompensa emocional. Cuando este valor tiene baja presencia, la persona puede privilegiar la eficiencia, el deber o la estabilidad por sobre el disfrute, considerando que el trabajo no necesariamente debe ser una fuente de placer o recreación.
La preocupación genuina por los demás es un valor central. El trabajador que encaja actúa con empatía, disponibilidad constante y compromiso activo con el bienestar de sus colegas y beneficiarios. La colaboración afectiva es parte integral del rol.
Benevolencia en el trabajo refleja la importancia que una persona otorga al bienestar de quienes la rodean, especialmente compañeros de equipo, subordinados o colaboradores cercanos.
Cuando este valor está presente con fuerza, la persona valora profundamente la ayuda mutua, la lealtad y la cooperación, y considera importante actuar con empatía, cuidar las relaciones y contribuir a un entorno humano y solidario. En cambio, cuando este valor es bajo, la persona suele guiarse más por sus propios intereses, atribuye poca importancia a los vínculos interpersonales y puede preferir actuar de forma más individualista, sin considerar demasiado el impacto de sus decisiones en los demás.
El éxito individual o el reconocimiento visible no son prioridades. El trabajador que se ajusta con mayor naturalidad orienta sus esfuerzos al logro colectivo, sin necesidad de destacar personalmente. Se valora más el impacto social que la validación interna.
Logro expresa el valor que se le da al éxito personal, especialmente aquel que se demuestra a través de la competencia y la eficacia en el trabajo.
Quienes privilegian este valor suelen considerar importante destacarse, cumplir metas ambiciosas y recibir reconocimiento por sus logros, guiándose por un fuerte sentido del desempeño y la superación. En contraste, cuando el valor de logro no está tan presente, la persona suele preferir objetivos más moderados, no busca necesariamente sobresalir ni ser reconocida por sus resultados, y puede mostrar menor interés por competir o avanzar jerárquicamente.
El entorno puede ser cambiante, y se espera tolerancia ante la ambigüedad. El trabajador ideal opera con serenidad en condiciones variables, apoyándose en el grupo más que en estructuras rígidas. La flexibilidad emocional es clave.
Seguridad está relacionada con la necesidad de orden, estabilidad y protección frente a amenazas o incertidumbre en el entorno laboral.
Una persona que valora altamente este principio considera fundamental trabajar en contextos previsibles, bien estructurados y con bajo riesgo, donde se minimicen los cambios abruptos y se respeten normas claras. Prefiere la continuidad y se guía por la necesidad de controlar el entorno. En cambio, cuando este valor es poco importante, la persona suele mostrar mayor tolerancia a la incertidumbre, prefiere contextos cambiantes y no considera esencial la estabilidad o la previsibilidad para sentirse cómoda en su rol.
La variedad de experiencias y el dinamismo del trabajo en terreno brindan un entorno activo. El trabajador que encaja se involucra con entusiasmo, responde con creatividad ante lo inesperado y mantiene una disposición abierta al aprendizaje constante.
Estimulación representa la importancia del cambio, la novedad y el desafío constante en el entorno laboral.
Una persona que valora este principio considera esencial vivir experiencias nuevas, enfrentar lo inesperado y mantener un ritmo de trabajo dinámico. Prefiere funciones con variedad, renovación permanente y desafíos creativos. En cambio, cuando este valor tiene baja presencia, la persona se siente más a gusto en entornos rutinarios, valora la familiaridad y prefiere la estabilidad por sobre la sorpresa o el riesgo.
Se espera respeto por las reglas básicas y los valores compartidos, aunque con flexibilidad ante las particularidades del contexto. El trabajador ideal actúa con responsabilidad, evita conflictos innecesarios y prioriza la armonía interna por sobre la rigidez normativa.
Conformidad refleja la importancia otorgada al respeto de normas sociales, reglas institucionales y expectativas del entorno para evitar conflictos.
Quienes valoran este principio suelen preferir actuar con prudencia, seguir los lineamientos establecidos y comportarse de forma respetuosa con la autoridad o los marcos organizacionales. Se guían por el deseo de armonía social y cumplimiento. Cuando este valor tiene baja importancia, la persona suele preferir actuar según sus propios criterios, cuestiona las normas con mayor facilidad y considera legítimo apartarse de lo establecido si lo cree necesario, incluso si esto genera tensión o ruptura.
El deseo de control o jerarquía no es funcional en este entorno. El trabajador que se alinea actúa desde la colaboración, evita imponer su autoridad y promueve decisiones colectivas. La influencia se basa en la coherencia y el vínculo.
Poder en el ámbito laboral se refiere a la importancia atribuida a influir sobre los demás, controlar recursos o alcanzar estatus y autoridad.
Una persona que valora este principio suele considerar fundamental ocupar posiciones de liderazgo, tener capacidad de decisión e influir en su entorno. Prefiere contextos donde pueda ejercer control o autoridad y le resulta relevante el reconocimiento de su posición. Por el contrario, cuando el valor de poder es bajo, la persona suele preferir roles sin jerarquía, evita la exposición pública o el control sobre otros, y se guía por principios más horizontales o colaborativos.
Se valora la continuidad de ciertos principios fundacionales y prácticas que fortalecen la identidad colectiva. El trabajador que se adapta respeta la historia institucional, sin aferrarse al pasado, y combina esta conciencia con disposición al cambio.
Tradición expresa la valoración de costumbres, prácticas culturales establecidas y creencias compartidas que dan sentido a una organización o comunidad de trabajo.
Una persona que privilegia este valor suele considerar importante respetar las formas, mantener rituales laborales y preservar la continuidad con el pasado institucional. Prefiere entornos donde exista una identidad organizacional clara y arraigada. Cuando el valor de tradición es bajo, la persona suele preferir la innovación, se muestra escéptica frente a lo heredado y no considera relevante mantener costumbres organizativas si estas no aportan funcionalmente al presente.
La equidad, la justicia y la conciencia social son motivaciones centrales. El trabajador que encaja actúa con compromiso ético, sensibilidad hacia la diversidad y disposición a contribuir al bien común, alineado con una visión transformadora del entorno.
Universalismo representa la valoración del bienestar global, la justicia social, la equidad y la preservación del medio ambiente en contextos laborales.
Una persona que otorga alta importancia a este valor suele guiarse por principios éticos amplios, prefiere trabajar en organizaciones inclusivas, valora la diversidad y considera fundamental que su trabajo tenga un impacto positivo más allá del entorno inmediato. Cuando este valor es poco significativo para alguien, tiende a enfocarse en objetivos particulares o locales, y puede mostrar menor sensibilidad hacia las diferencias culturales, los principios de sostenibilidad o los temas de justicia organizacional.